La semana pasada mencionaba el hecho de que el individuo se ha consolidado como actor internacional, ya que tiene la capacidad de influir en el mismo. Las distintas manifestaciones a lo largo del mundo, en las cuales se destacan la “Primavera Árabe” en Túnez, Egipto, Libia y Siria; en Israel, demandando mayor justicia social; y la más cercana, en Chile, donde los estudiantes secundarios y universitarios exigen reformas profundas en el sistema educativo, así lo confirman. Justamente ésta última movilización será la que trataremos el día de hoy, buscando abrir el debate en nuestro país.
Primero vamos a contextualizar la situación, para luego dar lugar al análisis. ¿Qué fue lo que originó el conflicto? Lo desencadenó una serie de demandas insatisfechas a lo largo de los años. Recordemos que en el 2006, durante la administración socialista de Bachelet, los estudiantes secundarios marcharon solicitando demandas similares a las actuales. El resultado fue que se promulgó la Ley General de Educación (Ley 20.370), la cual establece una normativa marco en materia de educación en Chile, reemplazando en 2009 a la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza, vigente desde 1990, heredada del Gobierno Militar del General Augusto Pinochet.
Según el informe de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, actualmente el Estado chileno invierte unos 2000 dólares anuales por cada alumno de nivel básico y secundario, contra los 7500 dólares que destinan los países desarrollados. Y el dato más llamativo es que un universitario chileno paga por mes casi lo mismo que un estudiante suizo por todo un año de carrera, sin contar los altos intereses que deberá asumir si pide un crédito para saldar esa deuda.
La movilización comenzó el 12 de junio, donde 50 mil estudiantes universitarios y secundarios marcharon por las principales ciudades del país, pidiendo reformas y más recursos para la educación superior, mejoras en la calidad de los establecimientos, el pase escolar para el transporte público durante todo el año y que los secundarios dejen de depender de los municipios.
En definitiva, los estudiantes tomaron colegios y liceos secundarios como también facultades y campus universitarios. En un principio, los rectores de las universidades apoyaron el movimiento, aunque después que el gobierno entregó recursos, se retiraron. Pero a aquellas formas tradicionales de protestas, los estudiantes han implementado algunas que han logrado mayor adhesión en la sociedad. Entre éstas podemos mencionar una maratón de 1800 horas en torno al Palacio Presidencial de La Moneda; en la Plaza de Armas de Santiago se reunieron para una masiva "besatón" por las reformas a la educación; en el Paseo Ahumada efectuaron un suicidio masivo arrojándose al suelo y quedándose quietos; y en un puente, alumnos de la carrera de Arquitectura colgaron figuras que parecían personas como si estuvieran ahorcados por las deudas.
Lo interesante es que las demandas de los estudiantes, entre los cuales se destaca Camila Vallejo de 23 años, han pasado de ser propiamente educacionales a estructurales. Se está solicitando una reforma del sistema político a través de la Constitución, para que de ésta manera obtengan más representatividad y sus demandas sean oídas; y también la renacionalización de la minería de cobre en manos de inversiones extranjeras privadas, para que de ésta forma el Estado cuente con mayores ingresos, y pueda financiar la educación. Pero los dos puntos centrales del petitorio son que la educación sea garantizada constitucionalmente por el Estado como un derecho social, en contraposición con la postura de entenderlo como un bien de consumo; y se exige el fin al lucro en la educación, en todos los niveles de enseñanza, la eliminación de la presencia de la banca privada en el sistema de créditos para financiar la educación y el término del sistema de cofinanciamiento por parte de las familias, que ha sobreendeudado a muchos de los que han logrado acceder a la universidad. En otras palabras, aspiran a educación gratuita y de calidad.
Uno de los grandes errores de Piñera, a mi parecer, fue minimizar el conflicto e ignorar las demandas, no dando lugar siquiera al debate. Más allá que uno esté a favor o no de la educación gratuita –como es mi caso en particular-, el lugar a la discusión en marco del Congreso ante una demanda determinada de la población, deber ser posible. Ha tratado de virar, atendiendo a las demandas, removiendo al ministro de Educación Joaquín Lavín por el actual titular, Felipe Bulnes, pero sin realizar los cambios estructurales solicitados. Bulnes si ha planteado un acuerdo basado en cuatro ejes.
Primero establecer un sistema combinado de becas y créditos para el 60 por ciento de la población más pobre reciba ayuda del Estado, junto con reprogramar las deudas de los 110 mil morosos del sistema de créditos para pagar los aranceles de las universidades. También se rebajará la tasa de interés para el crédito de los estudiantes, del 5 por ciento al 2 por ciento. Segundo, fortalecer la educación pública, aumentando los recursos. Tercero, hacer cumplir la normativa que no permite el lucro con las universidades. Y por último garantizar el derecho a la educación de calidad.
¿El resultado? Piñera ha visto disminuir su porcentaje en popularidad de un 77% a 25%, el más bajo para un presidente en dos décadas de democracia. Más de cincuenta organizaciones sociales y ciudadanas adhirieron al paro nacional de esta semana, convocado por la Central Unitaria de Trabajadores, a través del nuevo movimiento “Democracia para Chile”. También el suboficial Miguel Millacura, del cuerpo de Carabineros de Chile ha sido imputado por homicidio por la muerte del joven de 16 años, que recibió un disparo la semana pasada durante la huelga general.
Andrés Oppenheimer, en el diario El País, ha hecho un análisis que comparto. Dice que
“(…) en el apuro por unirse al primer mundo y copiar los sistemas universitarios de EEUU, Reino Unido, China e India -los países con las mejores universidades del mundo-, Chile se apresuró demasiado. Un poco de gradualismo hubiera sido mejor”.
Expone una serie de datos que demuestran que el sistema educativo en Chile es uno de los mejores de América Latina:
“En el último examen internacional PISA (Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes) de estudiantes de 15 años, en las disciplinas de matemática, ciencia y comprensión de textos, Chile obtuvo el primer lugar en Latinoamérica, muy por delante de México, Brasil y Argentina. Con respecto a la educación superior, Chile ha ampliado su cobertura educativa y ha aumentado desde 200 mil, hace dos décadas, a casi un millón en la actualidad. Casi el 50% de los estudiantes chilenos en edad universitaria cursan educación superior, un porcentaje mayor al de la mayoría de los países de la región. Y más importante aún, el 70% de los universitarios chilenos de hoy son hijos de personas que nunca asistieron a la Universidad”.
Pero en Chile se ha dado un fenómeno peculiar, y es el que origina el reclamo, ya que se estipula que el sistema lleva a marcar o reproducir aún más las diferencias sociales. Como los costos de acceder a la educación superior son altos adoptaron un sistema similar al australiano, donde aquellos que no podían acceder por cuestiones económicas solicitaban un crédito con tasas al 6%. El estudiante una vez recibido y con trabajo, comienza a devolver el dinero. Pero, “(…) a diferencia de lo que ocurre en Australia, donde a los graduados se les exige pagar un cierto porcentaje de sus salarios cuando consiguen un trabajo, en Chile tienen que pagar una suma fija, independientemente de los ingresos”. Esto, más la imposibilidad de encontrar trabajo debido a la gran cantidad de graduados que han hecho lo mismo, genera deudas a nivel general, que a su vez afectan a los padres, garantes del crédito.
Es una temática compleja, donde los intereses particulares de distintos sectores de la población emergen. Por un lado el de los estudiantes y familiares, que solicitan el acceso a una educación gratuita y de calidad, en base a una serie de reformas estructurales. Pero la realidad marca que algunas de sus peticiones involucran cambios drásticos, a los cuales difícilmente el gobierno pueda hacer lugar. No sólo porque no lo pueda hacer, sino porque no lo comparte. Por otro lado, tenemos a la clase política y al sistema educativo chileno -y las personas que involucra-, los cuales hicieron una reforma hace un par de años, pero que ven una sociedad disconforme y solícita de más medidas.
En lo personal, es un tema con el cual me siento identificado. Tuve la posibilidad de asistir a la UNRC (Universidad Nacional de Río Cuarto) a estudiar, porque en aquel momento se me hacía imposible asistir a la universidad privada. No era un capricho mi deseo de hacerlo, sino que la carrera que había elegido sólo se encontraba en una institución privada. Durante un año y medio tuve acceso a una excelente educación; los profesores eran no sólo muy buenos profesionales, sino también personas accesibles y predispuestas; las instalaciones también eran buenas; y allí conocí a grandes compañeros. Todo esto, de manera gratuita. Por lo que soy un agradecido a la posibilidad que me brindó en aquel momento específico la universidad pública. Pero no por eso, voy a dejar de señalar ciertas falencias que uno desde adentro identificaba. Puedo mencionar la falta de cuidado de la infraestructura por parte del alumnado, escasos recursos económicos y falta de coherencia en la distribución de los mismos, programas desactualizados y procedimientos lentos al momento de hacerlo. Y otras más polémicas, donde lamentablemente personas que trabajan a conciencia y de manera responsable, se ven involucradas sin merecerlo.
A veces escucho a algunas personas decir que: “En cierta forma, es positivo que el futuro profesional se tenga que enfrentar a la desorganización e injusticias de la educación pública, porque una vez que sale al mundo real la situación no varía”. Si me disculpan, ésta frase engloba justamente una mirada miope de la situación. Si se cuenta con una mejor educación se van a formar mejores profesionales, mejores dirigentes, se van a plantear mejores proyectos, se va a mejorar en términos generales. Es un círculo vicioso, donde la educación debe ser un pilar importante para generar el cambio. Muchos pensarán que estoy siendo utópico, y que el cambio es imposible, pero debatiendo y presentando distintas propuestas es por donde se empieza.
Por lo que creo firmemente que, al observar el fenómeno en Chile, es una buena ocasión para aprovechar e instalar el debate sobre la educación en nuestro país. Rever las carreras que se ofrecen y si se encuentran en relación con lo que demanda el mercado laboral, la actualización de los programas, el sueldo de los profesores, los alumnos denominados “crónicos”, el establecimiento de aranceles, un sistema de becas eficiente, etc.
Por otra parte, la universidad privada me brindó la posibilidad de estudiar la carrera que deseaba, con accesibilidad a profesores y directivos, con compañeros que también se han transformado en amigos a lo largo del tiempo. Lógicamente, tenía que pagar un arancel, y cuando se me imposibilitó hacerlo, la universidad me becó retribuyendo con trabajo de cuatro horas diarias y un determinado nivel de notas. Por lo cual le estoy agradecido también a la educación privada. Ahora, también hay cuestiones a resolver. Quizás no a nivel de infraestructura o de actualización de programas, porque es constante. Pero hay otras cuestiones a nivel interno, que también deberían ser debatidas.
En definitiva la educación en nuestro país, tanto pública como privada, es perfectible como todo aspecto de la vida. No creo que una sea mejor que la otra. Un profesional es una conjunción de factores personales y externos. Entre los primeros se cuenta dedicación, actualización, acceso a información; y en cuanto al segundo, instituciones organizadas, coherentes y profesores capaces. Vuelvo a reiterar la necesidad de abrir el debate de un valor imprescindible en nuestro país como es la educación.